Cuentan que para algunas tribus hacerles una foto supone robarles el alma, que en esa foto queda algo de ellos para siempre. Comparto en mucho esa opinión, de ahí que me guste tanto la fotografía callejera, y más concretamente el robado. Porque vas recogiendo partes de almas a golpe de click, que sólo pueden llevarte a comprender mejor a las personas, a modo de auto análisis de la realidad de esta gran tribu que es la humanidad.
La fotografía capta un elemento de la fuerza vital que se presentaba en ese momento en que fue hecha, captura una instantánea de su energía. Y de la del fotógrafo y su estado vital también.
Os queremos mostrar la ciudad de Nueva York vista por unos ojos nuevos, de mujer, como un gran teatro de personajes secundarios, barbudos, orientales, fotógrafos, gente peculiar.. Porque hace tiempo alguien a quien admiro me dijo que la realidad ya está vista desde todas las perspectivas posibles, excepto de la tuya. Y esta no es más que mi mirada, de la idea del sueño americano, que comprende todas las posibilidades y se multiplica en NY. Con todas sus oportunidades, pero también sus miserias y soledades.
Retratos como signos de interrogación sobre los personajes, que decía Cartier Bresson, pero a la vez sobre uno mismo. Porque cada retrato es un autoretrato en el que te muestras. Y esta que veis en cada foto entonces también soy yo. Mi fotografía no deja de ponerme un signo de interrogación encima. Y gracias a eso aprendo y avanzo.
Disfrutarlo.
(Texto de la Exposición «Dos mujeres, un camino, Nueva York» Con Carmen Hache en La Ciudad Invisible, Madrid, Mayo 2015)