Siempre me han llamado la atención los ateliers, como lugares de creación donde cada universo artístico puede encontrar su lugar, en forma de botes, cacharros, papeles, aparatos y colores.. unos están llenos de caos y desorden y otros son inundados por la luz. Manifestando la personalidad del artista.
Por eso, cada vez que tengo la oportunidad, me cuelo en alguno. En este caso es el de Cristina Deniz, una artista canaria que hace joyas y arte con elementos increíbles, como las vértebras de animales (que sigue fascinándome que tengan forma de corazón, incluso las nuestras!)
En su atelier puedes encontrar ojos de muñecas, metales, colores. Elementos naturales mezclados con la química, donde sientes que estás ante una alquimista y que eres afortunada por presenciar la magia.
El desorden en los ateliers suele ser común, como en el de Francis Bacon (cuya foto se puede ver en la exposición del Museo Guggenheim de Bilbao estos días) donde decía que era en el único lugar que se podía inspirar. Se necesitaron doce antropólogos para clasificar e inventariar el atelier de Francis Bacon antes de su traslado y exhibición en Dublín. Del caos existente se rescataron (además de dos mil latas de pintura, cientos de zapatos viejos, cortinas en descomposición y pantalones destrozados y usados en collages) setenta dibujos desconocidos del artista y más de cien telas tajeadas o destruidas parcialmente por él, además de la friolera de 1500 fotografías originales del gran Henri Cartier-Bresson. La mudanza fue “una labor monumental” organizada por un equipo de doce antropólogos. Primero fotografiaron el estudio desde todos los ángulos posibles para repetir topográficamente la ubicación de cada una de las siete mil “cosas” que tenía acumuladas en feliz desorden el bohemio pintor. Cada pieza fue cuidadosamente desempolvada, embalada, transportada de Londres a Dublín e instalada en su lugar exacto en un salón especialmente habilitado

Un Taller nunca deja de estar encantado por el arte, «habitado por los espíritus titánicos que allí ejercen sus poderes soberanos», en palabras de Jünger.
Los surrealistas se sintieron también atraídos por los talleres de escultura. “Picasso en su elemento” era el título del ensayo de Breton que apareció en el primer número de la revista Minotaure, acompañado por una serie de fotografías, tomadas por Brassai de los estudios del artista. Pero, en las fotografías de los talleres publicados por Minotaure, no existen indicios de violencia creadora, que es la parte que a mi cámara más le llama la atención. Al contrario, en ellos reina la calma, un orden riguroso.
En un taller existe una sensación de intemporalidad. Allí rige otra clase de tiempo; mucho más lento, y a la vez tan largo
En 1948, Alberto Giacometti, que desde 1927 había estado viviendo estrechamente en la misma habitación donde trabajaba, decidió alquilar la de al lado como vivienda y dejar la primera como taller. No es que Giacometti estuviera harto de vivir en un lugar sucio y desordenado, sino que tuvo que buscar una habitación suplementaria cuando la que había ocupado durante años dejó de ser un estudio para convertirse en un taller…
La megalomanía de Warhol le llevó a llamar a su taller The Factory, fábrica de chucherías en serie, fábrica de sueños, un Hollywood en miniatura. ¡No es eso un atelier? Un lugar de creación de sueños, el cuarto de juegos de un niño/a grande…
Sin embargo la industria de los sueños y ensoñaciones la acaparó Breton y el Surrealismo. A André Breton, en lo que entonces era su taller; ,“Atelier Breton”, Agnes de Beaville le dedicó un largo ensayo con el imponente título Le Grand Atelier. Como un lugar donde se hacen cosas con las manos, como ocurre en un taller de escultura. Contrariamente a lo que podría esperarse de un surrealista, Breton no se dedicaba ahí a soñar, sino a fabricar cosas.
Cualquier taller es un lugar donde las manos actúan, se afanan noche y día: la casa de las manos…